Elena Alonso me describía el aspecto de su trabajo más reciente como el que ofrecen los huesos, las tabas, las piedras, los palos, las conchas y demás variopintos objetos tirados al azar por los adivinadores para ser leídos. Según este tipo de prácticas primitivas la forma casual que adquiere el conjunto tras la tirada configura una suerte de escritura críptica que el iniciado interpreta para la comunidad, revelando aspectos de cuanto se oculta, la causa de los males, el porvenir y suerte, el rostro que ofrecerá el destino… Pero, ¿qué designio vaticinan estos dibujos recientes de la artista?, ¿qué nos cuentan de lo que no sabemos, qué revelan o ponen en escena? Bueno, en principio es bastante difícil imaginar que estas imágenes, tan cuidadosamente construidas y compuestas, realizadas con primor hasta el borde de lo intratable, delaten algo más que una suerte de complacencia en la incertidumbre. Quizá baste eso mismo para explicarlas: que en su refinada, exquisita rigidez, lo que reprimen con su parálisis es eso mismo que se pone en evidencia: la puesta en escena de un mundo tan estático como extático. Y es que la perfección paralizante de un plan llevado a cabo sin desechos ni rectificaciones como propone Elena Alonso es, por decirlo de una vez, sencillamente helador. No hay rebabas, ni sondeos, ni refutación en el certero camino que la artista aborda desde que se planta delante del papel hasta que da por finalizada la obra. Es un caso único en nuestros días, hasta donde yo conozco, que excluye todo tipo de variante instrumental del dibujo para llegar a construir sus imágenes, incluso las más ambiciosas y complejas, como unidades cerradas y enteras desde el principio, sin que medien procesos rectificadores. Pittore senza errori, decía Vasari de la perfección estilística de Andrea del Sarto. Dibujos sin error, en el caso de Elena, sin tanteo ni fallo, sin la necesidad de encajar una forma en otra (en el soporte mismo, por ejemplo, o en el plano de representación), ni del revolver de líneas siguiendo distintos caminos que el modelo veneciano del disegno esterno propondría desde el siglo XVI frente a la línea clara de sus colegas florentinos, eminentemente ligada a la Idea.
Es una obviedad señalar el carácter profundamente apolíneo en el quehacer de esta artista, a quien cabría imaginar incluso como la más despiadada perseguidora de la línea de sombra, armada de su instrumental de dibujo: estiletes y bisturíes quirúrgicos separando implacablemente lo visible de lo mental, lo posible de lo ideal, lo invisible de lo irreal… Acechando cada una de sus composiciones, regidas por la medida y el orden, todo mensurado y controlado, equilibrando por doquier cada paso y cada aparición de una forma con el resto, hasta que al final, y con muy pocos elementos sintácticos puestos en juego (aunque en esta exposición nos vamos a encontrar algunos de sus más complejos dibujos desde el punto de vista formal), en un espacio casi vacío se sostiene esa armonía perfecta de los objetos lanzados al aire. También en el cielo se ha querido ver desde la antigüedad el destino escrito de los hombres. Pero semejante voz cristalizada entre las manos de Elena Alonso adquiere más el sentido de un pentagrama, una suerte de sistema notacional donde el espectador habrá de leer una música perfecta, como los platónicos soñaron que desprendían las esferas.
Las series recientes que aquí presenta inciden en el soporte conceptual del dibujo: lo que nos ofrece son, una vez más, ideas abstractas en imágenes, impenetrables e intraducibles, y a la vez delicadas y de sutil sensualidad, sí, pero a todas luces de índole mental. Su trabajo planta cara con resolución a muchos de los tópicos que en nuestro presente asocian por inercia el hacer del dibujo: en primer lugar, a los procesos (el suyo, insisto, es más que ninguno desde el comienzo obra final); después, a la fórmula de una disciplina basada en conceptos-lenguaje (el desconcierto al que conduce seguir esta pista en su caso es fenomenal); y por último, a la precariedad de los medios (cuando sólo la intarsia y la taracea de piedras semipreciosas podría compararse al sofisticado finish de estas piezas suyas).
Sin duda de ello depende también el aire egipcio de sus imágenes más recientes. El abatimiento radical sobre el plano del cuadro de los heterogéneos elementos que aparecen en estos dibujos, así como su distribución férreamente sometida a tramas estructurales -que a menudo no se disimulan, sino que entran a configurar las composiciones en posición destacada-, obligan al conjunto a su distribución reticular, sobre un fondo plano, sin superposiciones que anuncien la perspectiva, y bajo el imperio de la codificación. El resultado aparece como aplanado y salpicado (signos, rayas y segmentos, figuras geométricas, manchas y pseudocuerpos tridimensionales) de corporeidad muy someramente aludida, a la manera de bajorrelieves, distribuidos de manera simétrica y estática, incluso forzada y rígida.
Pero más allá del plano formal, cuya figura mortificante podríamos encarnar en ese desconcertante cartabón momificado, envuelto en vendas que lo repiten y preservan, percibimos en las nuevas obras de Elena Alonso la anulación de la dimensión temporal que, según Mario Perniola, caracteriza al carácter egipcio de cierto arte contemporáneo: “de ahí la impresión de enigmático sincronismo y casi cumplimiento del tiempo que las producciones egipcias inspiran.” Para el filósofo italiano, en semejante caracterización no se trata sólo de la contracción del pasado, “sino de la enigmática presencia conjunta de pasado y presente, que excluye a la vez la posibilidad de expresar el momento vivido y de remontarse a un arché, a un principio, a un origen.”
Y en efecto, la escritura sin error de Elena Alonso no remite a ninguna fuente original: ¿a qué lengua podríamos traducir esos dibujos suspendidos en el tiempo, en el aire, en un pentagrama medio invisible que es a la vez figura y fondo? Como en tantas de sus series anteriores, ella parece construir un complejo e inaccesible sistema para registrar, ordenar, clasificar y archivar lo dado, sin despreciar la ironía y el absurdo, pero con una enorme seriedad al cabo. Toda esa disposición y su minuciosa puesta en práctica formal es más propia del índice, de cierta catalogación, que de la expansión de la escritura propiamente dicha. Pero, ojo, no se nos olvide que incluso los índices donde se anuncian escueta, sistemáticamente ordenados los contenidos ulteriores de las obras (lo ya dicho), forman un género literario, con sus normas y fórmulas específicas, con su maniera… “El inventario –por seguir ya hasta el final con Perniola- está, por tanto, conectado con una actividad conceptual y organizativa que corta, según perspectivas inéditas, el pasado. Se trata, por tanto, de un enfoque que está en las antípodas de la estática custodia notarial de la tradición. La completividad del tiempo no conlleva en absoluto el registro y la homologación del universo, sino lo contrario, lo predispone a un número ilimitado de catalogaciones.” Que así sea, pues, y que Elena lo siga intentando en ciclos y series de asombrosa perfección.